El propósito de esa campana era recluir el ciclo agrícola natural, del amanecer al crepúsculo, dentro de la severa cronometría del trabajo industrial. Por supuesto, ya para cuando Campos-Pons nació, los grupos que realizaban este trabajo no se llamaban esclavos y no lo habían sido por el período de tiempo de una vida humana. De pequeña, Campos-Pons y sus amigas solían adornarse con guirnaldas de flores, darse las manos en círculo y cantar y jugar en el mismo pedazo de tierra en que sus abuelos y bisabuelos, sus abuelas y bisabuelas eran desnudados hasta la cintura y azotados públicamente. El látigo penetraba la piel profundamente, una y otra vez, dejando infección y muerte o cicatrices que sobrevivieron a los cuerpos que las portaban. (Aún así, según recuerda Campos-Pons, La Vega de su niñez era un lugar imbuído de "tal generosidad, de tal entrega personal de una forma tan contagiosa como no he visto igual en otra parte del planeta.")
En 1880, el gobierno colonial español decretó la abolición gradual de la esclavitud en Cuba. Aquellos aún esclavizados debieron continuar sirviendo sin ser remunerados por cierta cantidad de años, que variaría en cada caso. Todos fueron liberados y pagados para 1888. Pero la abolición cambió poco en La Vega de Tirso Mesa, tal y como ésta era conocida por esos días: La Vega cuyos campos, construcciones y herramientas eran propiedad de una persona llamada Tirso Mesa y Hernández. La cuestión de si él era el propietario o no de los trabajadores resultó insignificante en lo concierniente a sus intereses financieros. Antes, durante y después de la abolición, la plantación continuó realizando de forma estable la trasmutación mágica a que se llamaron todas las plantaciones de tabaco y azúcar: la metamorfosis de los fértiles valles y del músculo y el sudor humano en dinero.
Tampoco cambió nada en 1896, durante la última revolución cubana por la independencia de España cuando la mansión de La Vega donde Tirso Mesa y su familia pasaban una parte del año fue quemada hasta las cenizas por fuerzas insurgentes. En ese momento la familia Mesa y Hernández estaba en Puerto Rico, en camino de regreso a Cuba luego de una estancia en Europa. Cuando se enteró de lo que pasó, cambió de planes y tomó rumbo a Nueva York para pasar los próximos cinco meses en un hotel de lujo, antes de proceder a un largo y pausado viaje a través de los Estados Unidos y luego zarpar de regreso a Europa.
Para principios de 1898, alrededor de la fecha en que explotó el acorazado Maine en el Puerto de La Habana, ya había quedado bien claro que la rueda de la historia se estaba alejando del imperio español. Ese año, Tirso Mesa y otros miembros acaudalados de la sacarocracia cubana—la mayoría, como él, refugiados cómodamente en otro lugar—se apresuró tardíamente a donar fondos para la insurgencia. Estaban deseosos de mostrar su simpatía, antes de que los nuevos gobernantes cubanos tomaran el poder. Tirso Mesa aportó 20,000 francos suizos a los rebeldes cubanos. Los envió a través de Nueva York, desde una dirección en la Rue de Rivoli en París, de donde su familia había adquirido la residencia. El pseudónimo que utilizó para hacer la donación fue Colón.
Más adelante en 1898, por supuesto, las fuerzas insurgentes cubanas y sus aliados americanos expulsaron para siempre al imperio español del Caribe; los Estados Unidos izaron su propia bandera en cielo cubano y se posicionaron para ocupar el país. La casa en La Vega fue reconstruida rápidamente y la familia Mesa y Hernández se mudó de vuelta inmediatamente, en 1900. Unos meses más tarde, no obstante, Tirso Mesa y Hernández regresó a los Estados Unidos para hacer una gestión rápida. Había decidido que debía de tomar otra medida adicional para proteger los intereses de su familia en esos tiempos tumultuosos —solicitar la ciudadanía del distrito sureño de Nueva York a la Corte del Distrito de los Estados Unidos. Juró solemnemente ante el juez que había residido continuamente en la ciudad de Nueva York desde 1888 y presentó testigos que confirmaron que su planteamiento era cierto. Una vez asegurada su ciudadanía, regresó prontamente a casa en Cuba, en La Vega.
Justo después de la segunda ocupación americana de Cuba (1906–08), la Oficina del Jefe de Estado Mayor del Departamento de Guerra publicó un pequeño volumen llamado Notas de carretera, Cuba 1909, una especie de mapa verbal. La Carretera No. 9 conduce desde Vega de Tirso Mesa hasta Calimete y se describe como "una carretera de tierra bastante buena, factible para las carretas en época de seca". El libro dice: "Desde Vega (2.5 millas al sur de Guareiras) tome la carretera que va hacia el suroeste a una velocidad estándar; campos de caña a ambos lados, no hay cerca. Línea de teléfono tendida a lo largo de la carretera (tres cables)."