Los temas que habitan sus pensamientos y recuerdos y encuentran expresión en su arte son trabajados y re-trabajados en piezas de diferentes medios y escalas. Éstos emanan de sus raíces, que provienen de una comunidad agraria rural. La artista le dirá que ella es y siempre será una guajira, una campesina cubana. Como la enjundiosa tierra roja de esta área "mis pies están rojos para siempre, porque yo nací aquí."
Criada en un antiguo barracón de esclavos, Campos-Pons ha hecho del terreno conceptual de la esclavitud y su impacto un tema recurrente en su arte. Indagando en el origen de su historia familiar, siete de sus bisabuelos eran Yoruba y fueron esclavizados en lo que hoy es Nigeria y llevados a Cuba durante la oleada final del tráfico de esclavos cubano, entre 1838 y 1866. La mayoría de los esclavos llevados a Cuba a través del Pasaje Medio fueron destinados a trabajar en los campos de caña de azúcar—un trabajo agotador que atizó la centenaria economía azucarera cubana. La naturaleza misma del trabajo es uno de los aspectos esenciales de la deshumanización de la esclavitud. Campos-Pons ha hecho consciente durante décadas la compleja y perturbadora narrativa sobre las industrias del ron y el azúcar cubanos.
El curador y teórico Okwui Enwezor argumenta que el trabajo de Campos-Pons refleja el poderoso carácter de la "imaginación de la diáspora," el indomable legado de "desplazamiento, dispersión y pérdida." En 1990, la artista tuvo que enfrentar la difícil opción de partir de Cuba. Primero viajó a Canadá y luego a los Estados Unidos, en donde ha vivido desde entonces. No fue hasta el 2001 en que Campos-Pons pudo regresar a la isla o ver a su madre y otros miembros de su familia. Como mismo el estrecho de la Florida se vuelve mar abierto, así su imaginación artística se ha expandido durante las décadas que siguieron su partida, para incluir lo que el sociólogo Paul Gilroy ha llamado el Atlántico negro, la región geográfica, espacial y cultural que abarca la diáspora africana. Su trabajo encarna la perdurable experiencia de pérdida y de memoria. Trascendiendo las brechas culturales, Campos-Pons reclama un lugar para las complicadas historias en el contexto trasnacional.
Desde el comienzo de su carrera, ella ha basado su trabajo en la particularidad de su propia experiencia—su familia, su propio cuerpo, los lugares que recuerda de su niñez, las historias que escuchó en las rodillas de sus abuelos. Campos-Pons evita perseguir cualquier forma elusiva de universalidad y se ha resistido activamente al término cuando éste ha sido aplicado a su arte. Si se estudia una pieza de Campos-Pons, muy pronto quedará claro que ella está más interesada en hacer preguntas que en responderlas; en hacerle una invitación al espectador, en vez de crear momentos de confrontación.
"Desde el comienzo de mi trabajo hasta el día de hoy" dice la artista "he querido decir cosas que son incluso hostiles a veces, pero no he querido gritarlas. He querido encontrar una manera que sea delicada, que tenga matices, que comprometa a mi espectador de una forma atractiva." Para Campos-Pons es importante que haya una dosis de poesía, de sutileza; esto es particularmente evidente en Alquimia del Alma, Elixir para los Espíritus, donde líricas formas de cristal y un paisaje de sonido evocativo sugieren un central de azucarero, pero no demandan una relación confrontacional con la crueldad histórica de la industria azucarera cubana. No es necesario decir las cosas más duras con el tono más alto," ella insiste. Al convertir la dolorosa herencia en obras de belleza, este esfuerzo captura la dimensión de la práctica artística de Campos-Pons, particularmente en el trabajo reciente incluido en la exposición—verdaderamente una valiosa alternativa alquímica para convertir el plomo en oro.